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El tiempo de Dios

Basado en Marcos 4,26-34

“Primero el tallo, luego la espiga y más tarde los granos que llenan la espiga” (Mr. 4,28), este proceso tan detallado que narra Jesús para ilustrar su mensaje indica un tiempo, un proceso de crecimiento. Una acción que va de continuo. Un proceso que el propio sembrador no conoce cómo sucede pero sucede.


Como señalamos anteriormente Jesús no estaba construyendo una religión, entiéndase esta como la práctica de un conjunto de normas y costumbres piadosas sin sentido ni convicción. Jesús hablaba de un reino de Dios de fe y amor verdadero. Un reino que había sido sembrado y que crecería de una manera que ni el propio ser humano lo entendería. Un reino de Dios que transformaría al ser humano y su condición ante Dios y entre los seres humanos. En los versículos anteriores en este evangelio de Marcos se señala esa división entre la práctica de Jesús y la práctica de los falsos religiosos como eran los grupos de los escribas y fariseos.

Pero el punto es que este reino actúa en el tiempo de Dios. Un tiempo que puede ser fácil de identificar. Como claramente lo grafica Jesús en el proceso de crecimiento de la semilla: “primero el tallo, luego la espiga y más tarde los granos que llenan la espiga y cuando ya el grano está maduro, lo recoge, porque ha llegado el tiempo de la cosecha”. (v. 28 y 29).

Aquí quiero resaltar que en este crecimiento interviene la acción de su Espíritu Santo, es la obra de Dios, que inexplicablemente hace crecer su reino. El ser humano participa en su obra como el sembrador participa en la siembra pero el crecimiento lo da el Señor. Es un proceso que necesita atención y cuidado, como el sembrador tiene que regar para el crecimiento de la semilla.

El peligro de las “religiones” es que se centren en el ego del ser humano. Una institución religiosa que proyecta la imagen de poder autosuficiencia en su propia capacidad ha realmente desviado el propósito de Dios. Ha tergiversado su misión. Ha olvidado quien tiene el mando y el control de ese crecimiento.

Aquel sembrador que ha dejado en manos de la tierra el crecimiento reconoce el trabajo conjunto en la siembra. Así el creyente, el maestro de la iglesia, el pastor, los líderes, hermanos y hermanas de la iglesia actores activos de la siembra del evangelio en el mundo reconocen permanentemente que actúan conjuntamente con la acción poderosa del Espíritu de Dios en el crecimiento del reino de Dios han entrado en el tiempo de Dios. “Sin mi nada podéis hacer” dijo Jesús en alguna ocasión.

Nuestra vida de oración y fortaleza espiritual es parte importante en ese crecimiento. No como un asunto religioso rutinario y sin sentido, ni tampoco como única acción piadosa, sino como una pasión genuina y espontanea de fe y relación personal con Dios. Pero ahí no queda todo. Debemos actuar de manera efectiva para que este reino de Dios crezca y produzca una sociedad más justa, más compasiva, amorosa, llena de fe y amor. Estos son los frutos del nuevo nacimiento. En la parábola Jesús dijo: esta semilla de la mostaza era pequeña pero creció un árbol grande y sirvió para acoger a las aves (v. 32).  Ese reino de Dios del que habla Jesús no es un reino lejano sino que él mismo lo inauguró y está entre nosotros. Nosotros debemos seguir desarrollándolo con las mismas características de amor, misericordia, fe, esperanza, etc. Aunque al principio parece insignificante para los demás es el propio Dios quien se encarga de hacer crecer su obra.

Es el propio Dios que fructifica su reino, nos fortalece y nos capacita.

Busquemos esa experiencia personal con Dios y dejemos crecer su reino en nuestras vidas.

Rev. Paulo Llanco
Pastor

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